¡Adiós,
Cordera!, de Leopoldo
Alas (Clarín)
[Cuento. Texto completo. 1893]
[Cuento. Texto completo. 1893]
Eran
tres: ¡siempre los tres! Rosa, Pinín y la Cordera.
El
prao Somonte era un recorte triangular de terciopelo verde
tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma. Uno de sus
ángulos, el inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo a
Gijón. Un palo del telégrafo, plantado allí como pendón de
conquista, con sus jícaras blancas y sus alambres paralelos,
a derecha e izquierda, representaba para Rosa y Pinín el ancho mundo
desconocido, misterioso, temible, eternamente ignorado. Pinín,
después de pensarlo mucho, cuando a fuerza de ver días y días el
poste tranquilo, inofensivo, campechano, con ganas, sin duda, de
aclimatarse en la aldea y parecerse todo lo posible a un árbol seco,
fue atreviéndose con él, llevó la confianza al extremo de
abrazarse al leño y trepar hasta cerca de los alambres. Pero nunca
llegaba a tocar la porcelana de arriba, que le recordaba las jícaras
que había visto en la rectoral de Puao. Al verse tan cerca del
misterio sagrado, le acometía un pánico de respeto, y se dejaba
resbalar de prisa hasta tropezar con los pies en el césped.
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